MAESTROS CREADORES DE DEMOCRACIAS DE CORAZÓN

 

   Creer que una idea es cierta porque muchas personas piensan lo mismo es un síntoma de una democracia inmadura. La sabiduría no es una cuestión de número, sino de conocerse por dentro, de conectar con nuestra esencia y, a partir de ahí, regalar ideas y planteamientos al mundo, regalar quiere decir entregar sin imponer, disfrutar de dar aquello que brota en nosotros.

  En una democracia auténtica no basta con regalar nuestras ideas, hay que saber recibir también las de los demás. Luchar por nuestras ideas, sin ser sensibles con quienes no las comparten, no es democrático, es dictatorial, es la dictadura de las ideologías que se viven como verdades absolutas y que en vez de compartir puntos de vista, que es un sello de lo democrático, quieren convertir como lo haría una religión dogmática.

       En una democracia auténtica no basta con el respeto, es necesario ir más lejos: sentir al otro desde nuestro corazón, verlo como un astro con luz propia del cual siempre podemos aprender algo. Alcanzar este nivel de democracia ha de ser un objetivo fundamental en todo maestro de corazón, su clase ha de ser un túnel hacia un futuro feliz de la humanidad, una  oportunidad de aprender a escucharse sin frenos a uno mismo y desde ahí saber escuchar a los demás desde un sentir puro, sin prejuicios, un sentir capaz de perforar la dureza de cualquier dogma que se haya instaurado en nosotros, un sentir que abra los corazones para que florezcan las ideas más bellas. Un maestro que logre encarnar todo esto se convierte, junto con sus alumnos, en creador de democracias auténticas, en definitiva: en creador de democracias de corazón.

El camino a una democracia auténtica comienza con unos educadores preparados para ella, unos maestros que sepan ver, más allá de las creencias y personajes de sus alumnos, los potenciales y la sabiduría que éstos encierran. Una democracia profunda sabe que su tesoro son sus ciudadanos, por eso hará lo posible por hacerlos brillar a todos y cada uno, poniendo los medios necesarios para generar una educación que cuente con maestros creadores de democracias de corazón.

@EducarEmpoderando


Extracto del libro "Encuentros con tu propia sabiduría"  

       (Editorial Desclée)



LA BASE DE TODOS NUESTROS CONFLICTOS ESTÁ EN NUESTRO "ANALFABETISMO"

 

    Un problema que se dramatiza, que se observa principalmente desde el prisma de buenos y malos, termina convirtiéndose en un conflicto, en el que en vez de colaborar todos para resolverlo se enfrentan unos contra otros, agrandando así el problema. Algo tan esencial para nuestra buena convivencia es ignorado por una educación que tiene marginado al estudio sobre nuestro comportamiento: salimos de nuestras escuelas y universidades siendo auténticos analfabetos de cómo generamos los conflictos. 

   Si queremos mejorar el mundo, tenemos que empezar por comprender por qué nos comportamos en nuestros problemas sociales de forma y manera que tendemos a restar en vez de a sumar: las perspectivas no nacen para luchar entre ellas, sino para sumarse y así ser más efectivas; este pensamiento debería de ser un principio fundamental de la democracia, no tiene sentido ser demócrata pretendiendo siempre que tu perspectiva sea la única verdadera y que, por lo tanto, no necesitas ninguna más.


Un problema evita convertirse en conflicto entre personas cuando éstas comprenden que orientando sus perspectivas de la manera adecuada, pueden sumarlas en vez de convertirlas en una fuente de disputas.





EL MÁS IMPORTANTE SABER DE NUESTRA EDUCACIÓN

 

    Negarnos la felicidad es fácil, hemos sido educados para ello, lo difícil es comprometernos para ser felices, un saber que curiosamente no apare en los temarios de nuestras escuelas. El camino a la felicidad comienza por comprender cómo generamos nuestros dramas y así dejar de ser meros personajes de ellos. Nos han enseñado inconscientemente a dramatizar la vida, ahora hemos de aprender por nosotros mismos a desdramatizarla. Los dramas no los causan los malos, ellos también son meros personajes de los mismos, sino nuestra ignorancia de cómo ser felices sin despojar a otros de su brillo o de sus bienes. Aprender a ser felices es el más grande saber que la educación ha de dar, pues a partir de despertar nuestro sentido de la felicidad será más fácil amarnos a nosotros mismos, cuidar los unos de los otros y evitar dañar a nuestro planeta: hay que empezar la casa por los cimientos y no por el tejado.


El gran reto educativo que está pendiente: educar para despertar en cada uno de nosotros nuestro propio sentido de la felicidad.



LA DEMOCRACIA NO EMPIEZA EN LOS VOTOS, EMPIEZA EN LA EDUCACIÓN

 

    Cuando no somos educados en el discernimiento y en el espíritu crítico, requerimientos esenciales para un ciudadano en una sociedad auténticamente democrática, solemos ver las mentiras que resuenan con nuestras frustraciones  y deseos como verdades. Este hecho es el que aprovecha todo tipo de populismos, tanto políticos como de opiniones en la red, para hacer de sus seguidores conversos a su  verdad.

   Democratizar una sociedad no es simplemente respetar la opinión de la mayoría, ya que esta opinión puede ser rehén de los engaños del populismo, sino democratizar su educación de forma y manera que sus ciudadanos no puedan ser engañados en base a sus frustraciones y anhelos: la democracia no empieza en los votos, empieza en la educación.


La democracia ha de ser un valor educativo esencial, que prepare a las personas no solo para saber dar su opinión sin imponerla y para saber escuchar a los demás sin prejuicios, sino también para celebrar que cada ser humano es una fuente de conocimiento y de alegría para todos los demás. 


  

EL MEJOR REGALO PARA NUESTROS HIJOS

   

    Quejarnos continuamente de la sed en un desierto no solo no nos  resuelve el problema, sino que, a través de nuestras emociones negativas, castigamos además a nuestro cuerpo con una  bioquímica venenosa, en definitiva: hacemos de un problema dos.

  Hemos sido educados para multiplicar nuestros problemas a través del victimismo y de sus correspondientes emociones negativas, de forma y manera que hacemos de la vida un drama en vez de un misterio a disfrutar. Nuestras emociones no han de agravar nuestros problemas, sino todo lo contrario: ayudarnos a superarlos. Una buena sabiduría emocional ha de proporcionarnos tanto lucidez mental como una bioquímica que favorezca nuestra salud ¿A qué esperamos pues para introducir la inteligencia emocional en la formación de nuestros educadores?, sería sin duda el mejor regalo para nuestros hijos.